MI VIEJA, TAN SALVAJE, TIERRA


La victoria tiene muchos padres, pero la derrota es huérfana. Sin embargo, tras la pérdida de Cataluña y Portugal en el annus horribilis de 1640, todas las responsabilidades recayeron en el Conde Duque de Olivares. Caído en desgracia, fue desterrado a Loeches y, más tarde, a Toro, donde murió.

En la soledad de Loeches, el valido de Felipe IV, asediado por las críticas, había respondido a todas ellas a través de su obra de defensa El Nicandro. Una de las más dolorosas fue la comparación con el cardenal Richelieu, su equivalente francés:

«Confieso que el cardenal de Richelieu fue dichoso en muchas cosas, pero los medios de conseguirlas detestables. Echó a la reina madre con falsos testimonios; la prendió en Campagne; tuvo liga con todos los herejes de Europa, que son más que los católicos a quienes favoreció y socorrió; hizo y deshizo liga sin guardar fe con ninguno; regó la plaza de París con sangre de la primera nobleza y a la demás desterró. Se reía de la religión, que llamaba invención de hombres inquietos, por donde quiso introducir en la Francia la sapiencia del canónigo Jarron que escribió estos desatinos. Si el Conde no ha tenido en todo felices sucesos por lo menos ha buscado los medios conformes a Dios, a la religión y a la casa de Austria, que si hubiera tomado la protección de los hugonotes y de los rocheleses, favorecido a los protestantes de Alemania, dado libertad de conciencia en Flandes, permitido juderías en la Monarquía, tratando al Papa como le tratan en Francia, hubiere ahorrado millones y malos sucesos. Y así V. Majd. el agradar a Dios en los medios que la pérdida y conquista de Reinos».



Y es que los principios de la Monarquía Hispánica, inspirados por las leyes naturales, diferían de la filosofía descarnada de Maquiavelo. Bien es cierto que Felipe IV gustaba de Guicciardini e incluso se atrevió a su traducción, pero las tesis maquiavélicas nunca gozaron de éxito en España.

La aplicación de la política de Maquiavelo abrió la caja de Pandora de la modernidad. Bajo la premisa de la razón de Estado, todo medio se legitimaba en cuanto sirviese a la consolidación y conservación del poder. El mal se podía convertir en un bien. Los principios morales no eran sino un obstáculo en la política y la consecución de objetivos; como mucho los estadistas debían fingir su virtuosidad.

El espíritu del Conde Duque, de su honradez y filosofía, se perdió lentamente. Al mismo tiempo penetraban los principios de la filosofía política de la modernidad. España, ante la nueva situación, ajena a los principios en los que se había construido Europa, no se sintió cómoda nunca; los relatos históricos de la civilización europea y la española nunca correspondieron.

Los afrancesados intentaron europeizar España, pero había algo que no funcionaba. La estrategia psicológica fue atribuir a los principios cristianos los males de España, mientras que las ideas de la modernidad proporcionarían el progreso. Así nació el odio a la tradición, una visión negra de España reducida a los mitos. Es la visión que nos aporta Salvador Espriu:

¡Oh, qué cansado estoy de mi cobarde,
vieja, tan salvaje, tierra;
como me gustaría alejarme
hacia el norte,
en donde dicen que la gente es limpia
y noble, culta, rica, libre,
desvelada y feliz!
Pero no he de seguir nunca mi sueño
y aquí me quedaré hasta la muerte,
pues soy también muy cobarde y salvaje
y, además, quiero,
con un desesperado dolor,
esta mi pobre,
sucia, triste, desgraciada patria.


Los relatos históricos no sólo se reinterpretaron a partir de un enfoque nacional, sino que pronto los separatismos utilizaron esta herramienta para volver a plantear términos antagónicos en los que desarrollar su propia historia. El bien y el mal, el progreso y el atraso, la industria y el mundo agrario, la razón y la locura, la hybris y la sofrosyne... Y, como el papel lo aguanta todo, a fuerza de repetir, el mito se hace carne.

Así, hemos caído en unas historias nacionales de Vascongadas o de Cataluña donde la selección al gusto de los sucesos históricos que no permite comprender su historia. Un ejemplo es el reciente libro publicado La guerra de los doscientos años de David Abulafia, profesor de Cambridge, donde relata las vicisitudes de Sicilia en el panorama mediterráneo a lo largo de la Edad Media. De nuevo aparece el tratamiento antitético de la Cataluña industriosa y dinámica y la Castilla agrícola y estática ¡en el siglo XV! Otro ejemplo: si tomamos la decisión de 1640 como un precedente del separatismo catalán ¿cómo se puede entender que en la historiografía catalana del siglo XVII y XVIII, representada por Dalmases y Feliu de la Peña, Carlos II aparece como el mejor rey de España?

Tristemente, los nacionalismos han hecho cierta la aseveración de Goebbels donde «una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad». Y desde esta «mi cobarde, vieja, tan salvaje, tierra» contemplamos cómo el mito del norte triunfante y el sur derrotado vuelve a vencer: la historia en la que todo vale al servicio de la conservación y el fortalecimiento del fin separatista. 


Ignacio HG