"ISABEL DE CASTILLA, REINA CATÓLICA" POR CARLA DE LOS REYES

Las obras de cada uno han dado y darán testimonio de nosotros ante Dios y ante el mundo”

Isabel I de Castilla


Un ejercicio energético de la política y una intachable vida espiritual resultan ser incuestionables cuando se trata de Isabel la Católica; más allá de toda aquella leyenda negra, propia de la magnitud de su obra y significación tanto histórica como religiosa. Precisamente por requerir la santidad, no solo una vida contemplativa sino un ejercicio activo y consciente de la misión que cada uno debe desempeñar en la Tierra, resulta casi imperdonable que lo que ya a su muerte en 1504 se imponía como irremediable, siga paralizado por trabas políticas. No obstante, fue precisamente la situación política en España y en el propio Vaticano lo que en 1958 sirvió a la causa de canonización de La católica, para la cual se reunieron innumerables testimonios contemporáneos a la reina y cartas de fieles provenientes principalmente del continente americano.



¿Podría ser el turbulento panorama política del siglo XV una excusa para la falta de valentía y decisión que supone canonizar a tal polémico semblante? Resulta imposible venerar algo que no se conoce pero más aún echar por tierra los prejuicios populares; y son estas precisamente las que manchan la biografía de una reina que predicaba siendo ejemplo de virtud.

Aunque algunos se empeñen en negar su fervor popular, no es la falta de fama de santidad, tanto dentro como fuera del Vaticano, lo que ha impedido culminar este proceso. El tremendo empeño por reformar las prácticas y aptitudes morales del clero y las órdenes religiosas en un tiempo en el que poco dictaban las aspiraciones de un eclesiástico a las de un caballero o terrateniente es, sin lugar a duda, una de su grandes proezas reconocidas a nivel mundial. Fruto de su conciencia y, aunque poco conocido, digno de mencionar, fue la creación del departamento de "Audiencia de los descargos" con el cual la Sierva de Dios pretendió hacer justicia tributaria para con todos aquellos súbditos con los que la corona había contraído deudas que hasta entonces no se habían liquidado.

Si bien, su compromiso con la política era férreo, no era nada comparable con su estrecha relación con Dios y su constante preocupación de mantener un espíritu fervoroso y devoto, así lo demuestra la correspondencia con su confesor o con los pontífices. De esta manera, la conquista de territorios para Isabel nunca fue una empresa privada de ensalzamiento de su figura, sino que adquirieron tintes de cruzada. Nos referimos a la reconquista y evangelización de Granada así como al descubrimiento y la predicación de la palabra en el Nuevo Mundo. La presencia de su majestad en el campamento militar de Baza, así como su iniciativa para establecer hospitales de campaña que atendieran a los heridos, impulsaron los ánimos de un ejército desalentado. Fue precisamente la benevolencia y piedad que tuvo con los vencidos lo que allanó el terreno hasta la capital granadina, estableciéndose pues unos términos de rendición dignos para Boabdil y los suyos.

Respecto a la conquista y evangelización del Nuevo Mundo, y a pesar de no poner como excusa las condiciones históricas del momento, por encima de los abusos que los “adelantados” en nombre de la corona cometían, se sitúa el esfuerzo y la determinación de Isabel por regularizar los derechos y la situación política de los indígenas. Los decretos del 1500, emitidos por la Reina Católica, consituyeron la consideración de los indígenas como “súbditos castellanos”, otorgando mismo status jurídico, y convirtiéndose en la primera declaración expresa de abolición de la esclavitud. Si bien la distancia con los nuevos territorios impedía un control férreo y consolidado como el que los católicos ejercían en Castilla, Isabel procuró delegar estas cuestiones en personalidades de su confianza. No obstante, debemos tener presente que la gran empresa administrativa y religiosa la acometió su esposo Fernando dada la prematura muerte de la reina.

En este recorrido por los aspectos biográficos más importantes de su vida destaca por polémico y “morboso” la expulsión del pueblo semita en 1492, algo que estos parecen no poder olvidar. La fama del temible Tribunal de la Santa Inquisición, así como la eterna historia de un pueblo que desde tiempos del emperador Tito se ve sumido en una diáspora constante, son los ingredientes perfectos para dar cuerda a un sinfín de datos inexactos que contribuyen a ennegrecer la fama de la penúltima Trastámara. Se presenta así la causa judía como el principal obstáculo en el camino hacia la santidad.

Podríamos considerar comprensible la aversión que el pueblo judío le tiene a la autora de dicha expulsión, lo que sí es lamentable por descontextualización y desconocimiento, que sea la concepción que algunos españoles tienen acerca de las resoluciones que tomaron los Católicos, dado que tacharlo de fanatismo religioso no es más que una simplicidad que demuestra la constante falta de amor caritatis y  amor propio. Sin embargo, tanto unos como otros yerran en querer culpar a la reina de las desdichas judías, pues era realmente el propio pueblo cristiano el que les profesaba rencor. La presencia de los judíos en España se remonta al año 300, prácticamente a la par que el recelo de los cristianos hacia estos. De esta forma, serán las jerarquías eclesiásticas las que medien en esta persecución sin tregua por parte de aquellos castellanos que rechazaban la usura y el aislamiento que tanto caracteriza a los semitas, llegando incluso a ser culpados de la peste que asoló Europa.

Las trifulcas y peleas callejeras entre los “cristianos viejos” y los “judaizantes”, quienes oficialmente habían abrazado la religión católica pero continúan practicando la religión mosaica, requerían de un tribunal de justicia especializado en estos términos y es por ello por lo que la reina Isabel solicitó al Papa su establecimiento. En primer lugar, debemos recalcar que no fue la Católica quien inventó dicho tribunal, ni siquiera es de origen cristiano sino judío; es más, fueron los propios judíos conversos quienes reclamaron el ejercicio de un poder controlador. Las famosas torturas no fueron una constante, representan 1% - 2% de las penas, y su ámbito de actuación se limitaba a los judíos conversos, los que se declaraban oficialmente judíos escapaban de su jurisdicción. Por otra parte, a pesar de haberse sido concedida la bula papal, la reina inició una campaña de evangelización que tuvo como resultado la conversión espontánea de muchos judíos por todo el territorio castellano. La condición jurídica de los judíos en tierras españolas no suponía ser parte de la comunidad, sino vasallos directos del monarca lo cual hace discutible el término “expulsión”. Esta fue la medida ajustada a aquellos judíos que no se habían convertido para el 1492, dado que el permiso a residir estaba sujeto a una serie de cláusulas que incumplieron como el ejercicio del proselitismo. La ya mencionada campaña de evangelización es una muestra de la buena voluntad de la Reina para con los judíos en los que depositó su confianza para buena parte de los cargos de la Corte y a los que defendió en variedad de ocasiones frente a un pueblo reacio a los “deicidas”, mediante reales cédulas.



Así, parece incomprensible que tal provechoso gobierno guiado por los designios divinos de una reina que supo conjugar la tradición de su pueblo con las exigencias contemporáneas, haya terminado cayendo en una manipulación intencionada. Con su canonización ya no hablamos solo en término de lo que es justo, pues como dijo Isabel sus actos ya han sido juzgados a ojos de Dios, sino que muy especialmente se hace necesaria la reivindicación de un modelo, y más femenino, que puede alumbrar, aún hoy en día, a aquellos que sin la presencia de revelaciones o milagros se disponen a defender la presencia de Dios en momentos turbios como son, en definitiva, aquellos faltos de caridad y entrega cristiana.

Comisión Isabel la Católica para la causa de beatificación de la Reina    

http://www.reinacatolica.org/

Carla de los Reyes